Día de las Flores: Guanajuato florece por dentro

Publicado 11-04-2025 por Edicion
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Valentín López

Caminamos sin rumbo fijo, aunque sabíamos perfectamente a dónde íbamos: al corazón de la ciudad, donde esta mañana se abrieron las flores y, con ellas, las memorias.
Es viernes 11 de abril, Día de las Flores en Guanajuato capital, y el aire huele a primavera… pero también a lo que no se dice: a las ganas de vivir bonito.
—Es mi día favorito del año —me dijo mi amigo mientras se detenía a comprar a una señora una flor de papel, hecha con manos arrugadas y mirada plácida.
—¿Más que tu cumpleaños? —le pregunté, sonriendo.
—Mucho más.
Me llamo Elías, doctorante en filosofía en la Universidad de Salamanca (aunque ahora fingiendo ser de Zacatecas para no ser el único extranjero en la historia), y soy yo quien no puede evitar maravillarse.
Esta ciudad parece estar hecha de símbolos y callejones que se abren como libros. Nunca había vivido una celebración así. En mi país, las flores se compran en florerías. Aquí, se reparten como si fueran afecto puro.
En el Jardín de la Unión, el centro de la fiesta, el bullicio es alegre, casi adolescente.
Puestos improvisados rebosan de colores.
De hecho, a lo lejos vemos a la alcaldesa Samantha Smith y a la gobernadora Libia Denisse García Muñoz Ledo repartiendo flores entre el gentío.
Más tarde, en la escalinata del teatro Juárez, compartirán con turistas y guanajuatenses, refrescantes vasos de nieve. Y después, en el fastuoso interior del recinto, galardonarán a Guanajuatenses Distinguidos.
—Antes, los hombres regalaban flores a las chicas que les gustaban —me cuenta mi amigo mexicano, mientras una joven con vestido amarillo recibe una rosa de un muchacho nervioso—. Era una especie de cortejo simbólico.
—¿Y ahora?
—Ahora también. Pero ya nadie lo llama cortejo. Le llaman “vibra”.
Reímos. Le ofrezco una cerveza.
Subimos al Truco 7, un bar tradicional con paredes repletas de historias y cuadros viejos.
Desde una ventana, vemos un altar decorado con veladoras y papel picado.
Alguien pregunta: “¿Ya lloró la Virgen?” y una señora le ofrece un vaso de agua con hielo.
Es parte del rito.
El agua simboliza las lágrimas de la Virgen de los Dolores.
Aquí todo tiene un significado, incluso lo que parece simple cortesía.
Después bajamos por la calle subterránea.
La ciudad nos envuelve con sus secretos, con esa forma de narrarse que tiene sin usar palabras.
Ya ni siquiera sabemos si caminamos entre turistas o entre personajes.
Las flores no son sólo adornos: son mensajes. Y cada una que cambia de manos es un telegrama cifrado. Amor, deseo, nostalgia, perdón. Todo cabe en una flor si se da con intención.
—Deberías escribir esto, Elías —me dice mi amigo.
—Tú deberías firmarlo, Valentín —le respondo.
Y aquí estamos.
Guanajuato florece este día, y no sólo en sus jardines. Florece en la gente, en los recuerdos compartidos, en el murmullo que dice: la ciudad no se olvida de sentir.



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